Pequeños relatos sobre las aventuras de un joven profesor en un colegio de Carabayllo.
I

Javier Vega era un niño muy cumplido y ordenado. Nunca hablaba en clase pero siempre cuando se le preguntaba respondía fulminantemente dando chispasos de talento nato. 

Fui su profesor en el año 2012. Por esos años yo era un jovencito de 20 años y algo más que vivía la aventura del primer trabajo. Un trabajo muy lejano, debido a que vivía (y sigo viviendo) al sur de Lima en San Juan de Miraflores y el colegio estaba al otro lado del mundo, a 2 horas y media de viaje. 

Mi contratación fue espontanea. Un martes en la noche, me encontré con un amigo con el que jugaba ajedrez intempestivamente, partidas tras partidas en el conocido local de la plaza Francia del centro de Lima, me contó de que ya no se iba a dedicar a su carrera -ing. industrial- sino que sería profesor de matemática, que su hermana residente en España había puesto un colegio en Lima, etc. De esta conversación salí como el nuevo profesor de inglés.

Mi amigo ajedrecista, Jaime, me nombró tutor del cuarto grado de primaria. Comenzaron las clases y poco a poco me fui acomodando. Me levantaba a las 5 am para llegar antes de las 8 am. Ahí conocí a Javier, Athina y otros niños. Vivimos tantas aventuras juntos.

Frontis del colegio

El colegio estaba al lado del río Chillón y rodeado de puras chacras y lotes posiblemente vendidos pero vacíos.  Era la utopía de algún autor amante del campo. Cada día me iba de paseo al trabajo y luego, en la tarde, viajaba cansado rumbo a San Marcos y escuchar a mis filósofos profesores.

En la horas de educación física, llevaba a los chicos a pasear por el río o a cruzar al otro lado de las aguas donde se encontraba un parque con juegos que aún no tenía visitantes debido a que pertenecía a unos condominios no vendidos en ese tiempo. Se llamaba algo así como centenario. 

Pasaron los meses, las clases, los atardeceres, los juegos y exámenes y a medio año me retiré del colegio(otro relato). Me dediqué a organizar eventos Rock and Roll y la universidad. Era otra vez libre, era otra vez desempleado. Conseguí trabajo en otros colegios, errante y nómade he ido cambiando de uniforme pero nunca olvidé los meses en esa tierra lejana.

Hoy día, domingo 9 de octubre del 2016, cuatro años después, un amigo de la universidad con el cual hago música y que llevé a aquel colegio quedándose todavía unos meses más luego de mi salida, me contó que visitó hace poco el colegio de Carabayllo.

¡Javier a muerto!

¿Cómo?

A inicios de marzo del año pasado su papá, él y su hermano, fueron a pasear por la zona. Llegando al río, quisieron darse un baño. Disfrutando del sol de las 2 de la tarde, la familia no notó el pozo en suelo y un remolino formado este. Javier fue atrapado y no podía salir. Su papá quiso rescatarlo, no dudó en lanzarse. Ambos fallecieron.

Pozo del río Chillón.



Todos vamos y venimos en esta vida, e incluso un niño de 11 de años no conoce su destino próximo.

El paraíso utópico de mis recuerdos primerizos de maestro, es ahora una memoria más realista y menos idealista. 

Pronto iré a visitar al colegio. Caminare y disfrutaré toda la travesía que es llegar más allá del km. 22. Almorzaré con la señora de la esquina que me alimentó esos meses y tendré unos minutos para sentarme en mi salón y hablar con Javier. Sé que no hablará pero estará muy atento. Siempre lo estuvo. 




Javier al centro, en la parte de atrás.